Una marca cerebral de hostilidad entre grupos humanos
Descubierta una marca fisiológica en la corteza
prefrontal que se asocia a los conflictos y la hostilidad entre grupos humanos
Los humanos, como muchos animales,
tenemos por naturaleza inclinaciones gregarias. Nos asociamos a grupos con
cuyos integrantes compartimos necesidades, objetivos, deseos, ideas y
sentimientos. El grupo funciona siempre como un paraguas bajo el cual nos
sentimos reforzados y protegidos. Pero ¿cómo funciona nuestra mente cuando
pasamos a formar parte de un grupo? ¿Asumimos, queriéndolo o sin querer, la
dinámica mental y los cambios que ese grupo suscita y transita? ¿Se deshace, o
se refuerza, nuestra individualidad en el seno del grupo? ¿Estamos dispuestos a
hacer, como miembros del grupo, cosas que nunca haríamos fuera de él? ¿Domina
el grupo nuestro comportamiento?
Esas y otras cuestiones similares han sido objeto de
estudio de la psicología social y son muchas las respuestas, contrastadas y sin
contrastar, que se han ofrecido en su seno a los interrogantes específicos
planteados. La historia de la psicología demuestra, asimismo, que las más
robustas teorías sobre el comportamiento humano son aquellas que avala la
neurociencia, es decir, aquellas cuyas explicaciones tienen una base o
fundamento neurológico demostrable. Pero la neurociencia social, la que explica
lo que ocurre en el cerebro de los individuos agrupados, está todavía en
pañales, y no es mucho lo que puede aportar para contrastar las teorías en
vigor sobre un gregarismo como el humano cuyas connotaciones y fundamentos
biológicos pueden ser muy complejos.
Pero esa situación podría estar empezando a cambiar
gracias a trabajos como el de la neurocientífica Yina Ma, del Instituto de
Investigaciones Cerebrales de la Beijing Normal University, en China. Ella y
sus colaboradores han descubierto recientemente una marca fisiológica en la
corteza prefrontal, la parte del cerebro relacionada con la mentalización y la
toma de decisiones, que se asocia a los conflictos y la hostilidad entre grupos
humanos. Los resultados de su novedoso trabajo acaban de ser publicados en Nature
Neuroscience, primera revista mundial en neurociencia.
Trabajos experimentales previos en los que se ha
basado el grupo de Ma habían puesto de manifiesto mediante juegos similares al
del conocido dilema del prisionero, que, tal como ocurre en muchas especies de
animales que se agrupan para cazar o no ser cazados, los grupos humanos se
organizan peor y tienen menos éxito cuando atacan que cuando se defienden. Ello
es debido en buena medida a que los individuos que forman parte de un grupo
están siempre más dispuestos a invertir y gastar energías y recursos propios en
la defensa frente a un grupo rival que en atacarlo.
El grupo de Beijing ha realizado nuevos experimentos
en la misma línea, pero ahora más dirigidos a conocer cómo funciona el cerebro
de los individuos cuando actúan dentro de un grupo humano que rivaliza con otro
diferente al que ataca o del que se defiende. El experimento, aunque de
laboratorio, trató de simular situaciones de conflicto intergrupal de la vida
real, y, aunque extenso y de cierta complejidad, podemos resumirlo del modo
siguiente. Un total de 546 voluntarios (294 mujeres y 252 hombres) de entre 18
y 30 años, fueron distribuidos al azar en pares de grupos (atacante y defensor)
de tres miembros cada uno de ellos.
Antes de la contienda y para reforzar su cohesión, los
miembros cada grupo, atacantes y defensores, fueron estimulados a un diálogo
entre ellos sobre sus preferencias compartidas. La contienda consistió en un
juego de asaltos sucesivos entre cada grupo atacante y cada grupo defensor. En
cada uno de los asaltos, cada participante disponía de una cantidad económica y
de ella debía ofrecer una contribución al propio grupo para fortalecer su
capacidad de lucha contra el oponente. Cuando, tras las sucesivas decisiones,
la contribución global del grupo atacante superaba la del defensor, éste era
derrotado y los atacantes se quedaban con todos los recursos no invertidos por
los defensores de su propia dotación. Cuando la contribución mayor era la de
los defensores, éstos sobrevivían al ataque y ambos grupos podían retener sus
respectivas dotaciones. El mismo procedimiento se repetía en sucesivos asaltos.
De ese modo, cuanto más costosa era la contribución
personal de cada atacante, más contribuía a las ganancias de su grupo a costa
de los defensores. Por su parte, la mayor contribución personal de cada
defensor permitía evitar la derrota de su grupo por los atacantes. Durante los
numerosos asaltos que incluyó la contienda la actividad del cerebro de los
participantes de cada grupo fue continuamente registrada mediante la moderna
técnica de espectroscopía funcional, que mide las variaciones en el flujo
sanguíneo cerebral, y con ello la actividad de las neuronas, mediante ondas
electromagnéticas de frecuencia próxima a la luz infrarroja.
En el planteamiento de los investigadores estaba la
idea, contrastada como ya dijimos en experimentos previos, de que cuanto más
unido está un grupo y/o más atacado es por otro diferente, mayor será la
contribución y el riesgo personal que estarán dispuestos a asumir los miembros
de ese grupo para vencer y no ser derrotados por el grupo adversario. Y eso fue
exactamente lo que los resultados del experimento confirmaron, pues al aumentar
la unidad en cada grupo, no sólo aumentó la coordinación dentro del mismo, sino
también las contribuciones, personalmente costosas, de sus miembros a la
capacidad del grupo para competir con el oponente, así como la disposición a
asumir riesgos personales en favor del propio grupo.
Pero lo más novedoso fue que la mayor unidad del
grupo, y especialmente durante el ataque contra los defensores, aumentó la
sincronización de la actividad del cerebro de todos sus miembros en áreas como
la corteza prefrontal dorsolateral derecha y la unión temporoparietal, regiones
relacionadas con procesos de mentalización y decisión, que también quedaron más
estrechamente conectadas entre ellas durante el ataque. Esa sincronización fue
además mayor cuanto mayor era la hostilidad entre los grupos contendientes.
Si la hostilidad es la causa de la sincronía o la
sincronía determina la hostilidad es algo que tendrá que resolver la
investigación futura. Los investigadores que han realizado este trabajo asumen
que puede haber diferencias entre una situación de laboratorio como la
estudiada y la vida real de las personas, pero creen que el grado de
sincronización de la actividad de la corteza prefrontal de los miembros de un
grupo durante una contienda refleja lo que podíamos considerar una "mente
colectiva" relacionada con la impulsividad y la hostilidad colectiva hacia
sus rivales externos. En cualquier caso, Yina Ma y sus colaboradores han hecho
una importante contribución al desarrollo de la neurociencia social.